Neurodivergencia: Una mirada a la validación emocional

Fecha Publicación: 15-05-2025

Cuando hablamos de neurodivergencia, nos referimos a una forma diferente de como lo hacen los demás, de procesar la información, tanto interna como externa. Este enfoque distinto genera en la persona neurodivergente una experiencia única y válida de sentir, pensar y, por ende, de estar en el mundo.

En el contexto del acompañamiento terapéutico a personas adultas dentro del espectro autista, nuestro trabajo se centra en la comprensión de su funcionamiento particular y en la entrega de herramientas que faciliten enfrentar los desafíos que puedan surgir en distintas áreas de su vida. Generalmente, se observa una evolución favorable y una mejora significativa en el bienestar personal. Sin embargo, a lo largo de mi práctica profesional, he notado que el principal factor que contribuye a retrocesos emocionales o deterioro en la salud mental de estas personas no suele provenir de ellas mismas, sino de su entorno. El enemigo oculto que continuamente ataca su mundo emocional es la invalidación.

¿Quién invalida y cuándo ocurre?

En primer lugar, la sociedad es la que impone prejuicios y opera bajo una lógica “capacitista”. El “capacitismo”, es un concepto desarrollado por el modelo social de la discapacidad, se refiere a la discriminación que se produce al negar las necesidades particulares de cada individuo y al imponer un estilo de vida uniforme que sobrevalora la independencia y la productividad, entre otros aspectos. Este tipo de lógica afecta principalmente a las personas neurodivergentes, que no se ajustan a los estándares establecidos.

En segundo lugar, y de manera más cercana a la persona autista, se encuentran los familiares, parejas y amigos. Muchas veces, sin intención de dañar e incluso con la mejor de las intenciones, replican esta lógica capacitista e invalidante, lo que agrava aún más la situación emocional de la persona neurodivergente.

¿Cuándo estoy invalidando?

La invalidación ocurre cuando, a pesar de que una persona neurodivergente expresa una necesidad o toma una decisión, intentamos imponerle una opción distinta “por su bien”. Un ejemplo concreto de esto sucede cuando alguien expresa estar cansado y decide no participar en una actividad familiar, pero su entorno reacciona con molestia y lo obliga a asistir, ya sea de manera explícita o implícita. Otro caso de invalidación es cuando se le exige a una persona que deje de sobrepensar porque “eso le hace mal”, o cuando se le recrimina por desregularse emocionalmente frente a un evento que, según el observador, “no lo justifica”. También ocurre cuando minimizamos su malestar, creyendo que nuestras observaciones, por bienintencionadas que sean, ayudarán a la persona a desenvolverse mejor en un mundo que, sin duda, resulta hostil.

Es importante comprender que todas las personas autistas con las que he trabajado saben que la hostilidad es una constante en el mundo que los rodea. No obstante, lo que realmente les afecta no es tanto esa hostilidad en sí misma, sino la falta de comprensión por parte de su entorno cercano y la consiguiente invalidación de sus sentimientos y vivencias.

¿Qué hacer ante la invalidación?

El primer paso es reconocer que hay mucho que desconocemos sobre la experiencia interna de las personas neurodivergentes, y que la principal fuente de conocimiento sobre su mundo es, precisamente, la propia persona autista. En segundo lugar, debemos entender que muchas de nuestras creencias y reacciones provienen de aprendizajes que, aunque útiles en otros contextos, no necesariamente beneficiarán a alguien que piensa y siente de manera diferente.

Por ello, la pregunta no debería ser: “¿Qué necesita mi hija para trabajar mejor?”, sino “¿Qué necesita mi hija?”. No debería ser: “¿Qué necesita mi pareja para socializar más?”, sino “¿Qué necesita mi pareja?”. Y no debe ser: “¿Qué necesita mi amiga para no ser tan rígida?”, sino “¿Qué necesita mi amiga?”.

Las preguntas verdaderamente útiles son las más simples y directas: “¿Qué necesitas?”, “¿Qué puedo hacer por ti?”, “¿Qué debo dejar de hacer?”. Y luego, lo más importante: escuchar sin exigir explicaciones ni justificaciones, con respeto y validación.

 

Loreto Torres Cortés

Psicóloga Clínica

Sucursal Viña del Mar

 

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